Estoy de acuerdo con lo que publica mi amigo José Ramón.
Una reflexión que explica cómo hordas de chiquillo deciden…
Estudiar carreras que no sirven nada, pero pagadas por todos.
Benito Arruñada, catedrático de Organización de Empresas de la Universidad Pompeu Fabra, es bastante crítico con esta idea de que los jóvenes tienen que cumplir su sueño a toda costa. «Estamos entrenando a gente incapaz de hacer algo que no sea estrictamente placentero», sostiene. Su tesis es que, a los 17 o 18 años, los críos «no son conscientes de las consecuencias de sus decisiones» y eligen carreras en las que «invierten menos de lo necesario para alcanzar el nivel de vida al que aspiran» porque «no han sido educados para posponer la gratificación».
«Primero, no saben realmente lo que les gusta, algunos eligen la carrera por las series de televisión. Segundo, no saben valorar las consecuencias de lo que creen que les gusta. Y tercero, incluso aunque sepan lo que les gusta, es cuestionable que tengan que estudiar lo que les gusta», expresa. Y recuerda que, «mientras que subvencionamos por igual la educación que hoy sirve más bien para disfrutar y aquella que sí produce valor social, el gravamen fiscal sólo pesa sobre esta última, sobre la educación socialmente productiva».